En todas las instituciones existen riesgos de diversa naturaleza. Es inevitable. No querer asumirlo generalmente significa no poder actuar ni cumplir con la propia misión. Por eso, la evaluación y gestión de riesgos son componentes esenciales del liderazgo, que quienes conducen las instituciones necesitan manejar. Quien conoce los riesgos, puede poner los medios para reducirlos, alejarlos o gestionarlos. Y también para responder de una manera adecuada cuando uno de ellos se materializa. De esta manera, las personas que participan de nuestros espacios estarán más protegidas y seguras.

La evaluación de riesgos consiste en la identificación de la manera en que los objetivos de las instituciones pueden resultar afectados por la materialización de un riesgo, y analizar las consecuencias y probabilidades que ello conllevaría para las personas, de modo de poder decidir con fundamento si es necesario implementar alguna medida previa.

Hoy en día se han desarrollado diversas técnicas y metodologías para lograr este cometido protector, muchas de ellas perfectamente útiles y pertinentes para combatir las probabilidades de que ocurran situaciones de abuso en nuestras instituciones de Iglesia. Conocerlas e implementarlas en cuanto corresponda constituyen buenas prácticas que ayudarán para que en nuestros ambientes eclesiales se cuide y respete siempre a las personas y sus derechos.